Ser padre en Bolivia es un oficio devaluado. Empero, quejarnos sería cobardía o, para ser exactos, una manera de evadir nuestra responsabilidad en el estado actual de nuestras sociedades.
Para ser honestos, hay que admitir que el nuestro sigue siendo un país machista o, si se quiere, patriarcal. El Diccionario de la Lengua Española señala que ese adjetivo es atribuido a un poder “ejercido autoritariamente bajo una apariencia paternalista” y, si revisamos la historia, descubriremos que nuestra sociedad ha sido estructurada en torno al varón, con prescindencia de la participación de la mujer.
Si bien las sociedades andinas propugnaban la dualidad, en la que la mujer ejercía un rol complementario, hay que subrayar que el modelo de Estado impuesto por el incanato era machista, discriminatorio y excluyente.
El gobernante, denominado inca, tenía que ser un varón y, en atención a su supuesto origen divino, podía tener la cantidad de mujeres que quisiera. Su mujer principal era la coya y la ley decía que esta debía ser su hermana, para preservar la pureza del linaje. El hijo varón de la coya era el sucesor del mando. La crisis de poder estalló en el Tawantinsuyu debido a que Huayna Capac no tuvo hijos varones con la coya. Eso abrió la pugna que degeneró en la guerra entre Huáscar y Atahuallpa.
Cuando los españoles llegaron al Perú, lo hicieron sin mujeres y, ya establecidos, también cayeron en la poligamia. El mestizaje resultante de esas dos mezclas dio por resultado a un ser altamente machista.
El machismo determinó que se edifique una sociedad patriarcal y, cuando llegó la hora de comenzar a establecer la igualdad, los padres resultamos en el bando de los malos.
Pero hay un detalle importante: no todos los hombres son machistas. Pero aunque no todos sean machistas, basta ser uno para que lo consideren como tal. Aquello de que las personas somos seres individuales, dotados de características peculiares, se cae frente a los tribunales. En el momento de aplicar la Ley 348, todos los hombres somos iguales y así se nos trata.
Por eso, el Día del Padre no tiene la dimensión del de la madre. La mujer que tiene hijos es un ser sublime que comparte con el Creador el poder de dar vida. El hombre que tiene hijos es solo eso: un hombre que tiene hijos.
La realidad es diferente. Hay padres que asumen su responsabilidad con los hijos y la llevan consigo hasta la muerte. Hay otros, en cambio, que se limitan a engendrar. Si pueden, evaden la responsabilidad de la paternidad y, si no pueden, luchan en los tribunales para que el juez les fije el mínimo de asistencia familiar.
Hay padres que no solo crían a sus hijos, también los educan. Otros, en cambio, dejan que crezcan por su cuenta, solos o con su madre, y se limitan a preguntar por ellos de vez en cuando.
Hay padres que, sin haber engendrado, crían hijos ajenos como si fueran propios, sin hacer distinciones. Otros, en cambio, se olvidan de los que dejaron regados por el mundo.
Así como hay personas buenas y personas malas, también hay padres buenos y padres malos pero, a la hora de juzgarlos, todos son metidos en la misma bolsa y se convierten en lo mismo: hombres que tienen hijos.
Por eso, y aunque parezca risible, ser padre se ha devaluado tanto en Bolivia que, cuando llega el 19 de marzo, es más apropiado llamarlo el “día de la salteña” porque ese será el regalo que reciba la mayoría, sin importar que sea bueno o malo.
Pero tampoco es cuestión de regalos. Lo que un buen padre necesita es cariño y reconocimiento, que se le mire y trate como un padre, no simplemente como a un hombre que tiene hijos.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.