Era un escritor apasionado, que escribió las novelas más futuristas e imaginativas de su tiempo y creó personajes inmortales como Phileas Fogg y el Capitán Nemo. Sin embargo, a su muerte en Amiens, su ciudad natal, nadie quiso erigirle un monumento porque sabían que se trataba de Jules Verne, un hipocondríaco que sólo le escribía cartas a su mamá y en ellas se quejaba de sus frecuentes constipaciones, estreñimientos y hasta el color de sus deposiciones sólidas. Decían que en el trato diario era injusto y arbitrario, y la gente de su ciudad lo conocía y procuraba evitarlo. Sin embargo, no hay joven que no lo recuerde con cariño, sobre todo al leer Veinte mil leguas de viaje submarino, Viaje al fondo de la tierra o La Vuelta al mundo en ochenta días, que Cortázar invirtió como La vuelta al día en ochenta mundos en un homenaje implícito a Verne, sin olvidar la película de Michael Todd protagonizada por David Niven y Cantinflas.
Si uno pregunta a un niño sobre Hans Christian Andersen, le sobrevendrá un terror indescriptible, pero, al mismo tiempo, un cariño sin concesiones sobre este cuentista infantil que recreó el mundo de las hadas y las brujas sin ahorrar sustos a sus pequeños lectores, un consejo para quienes quieren hacer hoy cuentos infantiles realistas, con lecciones morales o moralejas, pero sobre todo con explicaciones racionales y no fantásticas. ¿Dónde habrá criaturas más fantásticas que las hadas o las brujas?
Einstein era lo que se dice un prodigio en inteligencia técnica, pero un tremendo descuido en inteligencia social Él dio fin a la física de Newton y desahució la dualidad tiempo/espacio con su teoría de la relatividad, pero está en películas como Coco, sobre el papel celofán que separa apenas la vida de la muerte al decir que la materia es sólo onda y energía, y que al morir, quizá muera nuestro soporte corporal, pero aun éste está lleno de vida, como abono, como alimento, como reordenamiento de los átomos en una vida indestructible. Sin embargo, dicen que se ponía un zapato de distinto color al otro, que siempre anduvo malvestido y desgarbado y que jamás pudo penetrar con un peine la maraña de su pelo. Einstein no sabía enamorar, no era un dandy, no se fabricaba una personalidad social para sobresalir en los salones. Sólo investigaba del laboratorio a su casa allá en la Universidad de Princeton y no se le ocurrió jamás enamorar a nadie, menos a su secretaria.
Guardando distancias, si me comparo con ellos y con otros grandes, tengo dos personalidades, una que vive en olor de multitudes, mundano y frívolo, que se llama Ojo de Vidrio, y otro que vive solo a orillas de la lectura, más que la escritura, en un ejercicio de la soledad que no causa la menor molestia. Pero en algún momento percibí ya de chico que necesitaba fabricarme una personalidad social para tener amigos. Lo hice y así ejercí el periodismo, cosa que no es motivo de arrepentimiento sino de orgullo, pero por favor no me reduzcan a una u otra cosa. No soy un viejo cascarrabias, no tengo problemas con el peluquero, saludo a todas y todos y al mismo tiempo vivo solo con la lectura y la escritura como única compañía.